Eso es lo que hice, mandé todo al carajo. Ya no aguanto a un cliente (si, del que me la vivo quejándome). No sólo eso, estaba al borde de caer en una de esas etapas de stress múltiple debido al miedo a la inmensidad. No es por mamón, pero cada vez me doy cuenta de lo pequeños que somos todos. Y con la cantidad de gente mierda que tenemos al lado, en un mundo donde cada día pierdes a alguien en quien confiar.
En fin, el miércoles, después de comer me entró la locura. Subí a hacer una maleta, mandé todo al carajo y me largué a Cancun unos días. Y aunque no pude encontrar a la Patana para que nos fuéramos a Bull, estar echado en la playa me hizo pasármela con madre.
Justo lo que necesitaba, un turn off de todo lo que pasaba en mi vida, un clamatito o limonada, un libro y la playa.



Me da miedo la inmensidad donde nadie oye mi voz. Pero que chingona está.
Y dejé mi hotel de cabecera en Cancun. Dejé la calma. Dejé a los delfines que nadaban al lado de mi cuarto.
Para regresar al cumpleaños de mi hermana. Regresé sin saber que en pleno restaurante pirrurris me iba a madrear al jefe de mesero, ahí luego les cuento...
