Sí que fue difícil mandarla a la chingada.
Lo hice.
Ahora no dejo de esperar que suene el teléfono y sea ella.
Lo que más me caga no es que me confesó que desde la primera vez que salimos pensó que se iba a casar conmigo; sino que yo, cuando la conocí, pensé lo mismo.
¡Ya! ¿no? ¡Que me hable!
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